martes, 11 de junio de 2013

Émile Durkheim y el dualismo de la naturaleza humana


durkheim
   [1] Émile Durkheim aborda de manera sui generis el dualismo cuerpo-alma. El sociólogo francés niega rotundamente la existencia de un alma metafísica pero no rechaza el dualismo como condición humana, ya que se encuentra presente de alguna manera en “todas las civilizaciones conocidas”[1] (Durkheim [1914] 2001; 190). En cada una de nuestra individualidad se confrontan dos seres: un ser sensible, egoísta, que busca satisfacerse a sí misma; al mismo tiempo permea una actividad moral que sigue fines impersonales y que manifiesta algo distinto de la individualidad. Ambas se excluyen y se oponen pero el ser humano es incapaz de desprenderse absolutamente de uno o de otro, vive en una especie de antinomia que necesariamente le implica un desgarramiento de su ser.
  [2] ¿Qué hace surgir esta dualidad? Puesto que se ha concebido al alma como sagrado mientras que el cuerpo tiende a convertirse en lo profano, Durkheim señala que la concepción de lo sagrado surge de la fusión donde una pluridad de conciencias individualidades entran en comunión generando una conciencia colectiva que es exterior al individuo y que lo coacciona aún y en contra de su voluntad. Por una parte, esta conciencia colectiva no actúa en el vacío sino que permea por una parte encarnándose en objetos materiales a las que se le otorga el carácter de sagrado pero por otra parte deja una huella duradera en las conciencias individuales. De esta manera, en cada ser humano se confrontan dos especies de conciencias: una meramente individual que persigue fines egoístas y otra conciencia que es una prolongación de lo social en nuestra individualidad y contribuye a socializarnos y perseguir fines impersonales. El lenguaje, la cultura, las formas de socialización son producto de la interiorización de lo social en nuestra conciencia y, por tanto, su adquisición implica una escisión con nuestra individualidad sensible y egoísta. El cuerpo sigue teniendo una concepción negativa pero, en vez de ser concebido como una prisión del alma, ahora es una materialidad egoísta que es preciso civilizar a través de los elementos y disposiciones que la sociedad impone. La sociedad es la que educa y civiliza al cuerpo de sus pasiones individuales, por tanto, implica un sacrificio del individuo. Cambia aquí el sentido del dualismo, ya no sería cuerpo-alma sino cuerpo individual – conciencia social.
   [3] La perspectiva durkheimiana tiene un aspecto positivo y otro negativo. Al insertar lo social en las formas de actuar, ser y pensar del individuo, lo que hace el sociólogo francés es señalar la importancia de una dimensión fundamental en la conformación del ser humano. En efecto, el aspecto social es previo a la existencia individual. Nacemos en un mundo institucionalizado que nos otorga las herramientas culturales y sociales para poder relacionarnos con los demás seres humanos; es un mundo intersubjetivo, compartido por otros como dirían Peter Berger y Thomas Luckmann[2].  La sociedad nos otorga también una identidad a partir de la posición que ocupamos dentro de ella así como las clasificaciones que median nuestra posición. Por tanto, la sociedad condiciona la forma en que podemos satisfacer nuestras necesidades y qué nuevas necesidades debemos satisfacer. Los cuerpos no actúan en el vacío, existen redes de poder, redes simbólicas, condicionamientos sociales que los penetran y moldean. Por tanto, no podemos concebir al cuerpo fuera de las representaciones que cada sociedad genera. Sin embargo, aquí aparece la parte negativa de esta visión ya que reduce el cuerpo a una simple plantilla donde la sociedad imprime su sello específico. Puesto que el cuerpo obedece a sensibilidades egoístas -y con esto se cierra a indagar la aisthesis de lo social-, es preciso indagar las representaciones simbólicas que provienen y van hacia el cuerpo, pero que también lo controlan y lo moldean de una forma determinada. Se hace la mitad del camino pero no se llega a su final ya que pasan por alto los procesos de mediación en que el cuerpo adquiere un control o una habilidad socialmente pertinente. ¿Qué media entre el control social y el cuerpo? O para poner un ejemplo: mano derecha – activa / mano izquierda – pasiva, se asocia una parte del cuerpo a una mayor o menor habilidad y se impone socialmente, ¿el cuerpo lo asimila así como si nada? Al hipostasiar lo social en detrimento de lo corporal, la sociología durkheimiana cerró las puertas a estudiar aquellos fenómenos situados entre fronteras, ahí donde los investigadores se comen como diría Marcel Mauss.  Por otra parte, ese rechazo a la corporalidad como sensibilidad egoísta lo llevó a pensarlo como un déficit de humanidad, como hemos visto previamente[3]. En efecto, al analizar el suicidio anómico, Durkheim trató de explicar que las mujeres divorciadas se suicidan menos con respecto a los hombres divorciados debido a que “la mujer tiene un carácter menos intelectual, porque, en general, su vida psíquica está menos desarrollada [...] la mujer es un ser más instintivo que el hombre, para encontrar la paz y la calma no tiene más que seguir sus instintos” (Durkheim 1997: 237) y, por tanto, no puede captar intelectualmente el problema moral al que se enfrenta ¡El sociólogo que combatía firmemente las prenociones utilizó una prenoción para explicar la diferencia estadística entre la probabilidad de suicidios en divorciados y divorciadas!

[1] Esta sentencia  refleja la perspectiva eurocéntrica de Durkheim. Cfr. Párrafo [3] la entrada Hacia una antropología de la corporalidad I.
[2] Marx diría en la sexta tesis sobre Feuerbach que el ser humano es producto de las relaciones sociales en que se encuentra inmerso.
[3] Véase el párrafo [2] de la entrada Tener un cuerpo.
BIBLIOGRAFÍA:
Durkheim Émile. “El dualismo de la naturaleza humana y sus condiciones sociales”. Revista entramado y perspectivas. 1-1: 189 – 200. Disponible en línea: <http://revistadesociologia.sociales.uba.ar/index.php/revistadesociologia/article/view/37/23> [1914] 2001. Fecha de consulta: 13 de marzo de 2012.
Durkheim Émile. El suicidio. Ediciones Coyoacán. México, 1997.

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