CON 12 AÑOS, EMPEZARON UN PROYECTO PARA HABLAR CON COMPAÑEROS Y LA COMUNIDAD SOBRE VIOLENCIA
Llenar el silencio de palabras propias
A partir de la movilización social del 3 de junio, una escuela de La Matanza comenzó un proyecto propio sobre violencia machista, por inquietud de los alumnos. A un mes de Ni Una Menos, una muestra de lo que empezó a crecer y está pasando.
–Yo creo que al estar ahí las mujeres se sentían fuertes, con más seguridad, porque vieron que no eran seis gatos locos. ¿No? –dice otro de los chicos, desde primera fila.
–¡Vieron que había más mujeres con el mismo problema! –detalla una rubiecita que no se distrajo ni un minuto desde que empezó la hora.
–Bueno, pero no había sólo mujeres. También había muchos hombres –repone el mismo chico de antes.
El barullo crece, pero no por aburrimiento. En la Escuela Secundaria Básica Nº41 de La Matanza Gregorio de Laferrère, la clase de Construcción de Ciudadanía es todo menos apática. Lo dice y lo sabe la mujer de anteojos que ahora mismo trata de encauzar ese mar de voces y energía hacia algo como lo que dijeron, ellos mismos, que querían: trabajar en su escuela, en su barrio, en su comunidad, sobre violencia contra las mujeres. “Todo empezó con Ni Una Menos y el 3 de junio”, dice esa mujer, Gabriela Carrillo, la docente que percibió la inquietud, se propuso acompañarla y diseñó un proyecto ad hoc que las autoridades de la escuela apoyan, acostumbradas como están a que el suyo es un establecimiento de puertas abiertas y lazos fuertes con la comunidad.
De este lado
La escuela queda “de este lado de la vía”, dice la inspectora Elizabeth Banegas, que puede mapear el distrito de La Matanza a lo largo de los años, porque lleva treinta trabajando aquí. De este lado de la vía, al sur de la estación Laferrère, del Belgrano Sur, queda más cerca el río Matanza. Por acá, el año pasado, ocho veces el cauce desbordó y empujó a las familias fuera de sus casas; ocho veces la escuela sirvió como centro de evacuados de barrios como Don Juan o el Juan Domingo Perón, al que en realidad –por la forma de hoya– todos conocen como La Palangana. Algunos de los chicos que llegaron en esas ocasiones, a la espera de que el agua bajara, son alumnos. “Esta escuela es céntrica pero solidaria. Y eso es fuerte para los pibes. Usan sus aulas, por ejemplo, aquellos que vienen acá pero no dicen que viven en zona de inundación”, dice Banegas. Superada la inundación, salvada del agua la casa, aunque no las cosas que había dentro, la vida sigue. “Y hay que pensar en el día después de la evacuación: ese chico perdió hasta el cuaderno. ¿Cómo lo sostenés?”“Sostener” es un concepto clave aquí. Por eso la directora, Patricia Gergel, se enorgullece de que al menos la mitad de los 410 alumnos del lugar participa los sábados de “Patios abiertos”, un programa del Ministerio de Educación provincial que ofrece talleres y actividades para que los alumnos y familias fortalezcan sus lazos con la escuela. “La escuela no es un club, pero es el mejor lugar en el que pueden estar”, explica Gergel. Por ese contacto constante, todo el tiempo los docentes y las autoridades aprenden, dice el vicedirector, Luis Lugo, porque en la zona suelen radicarse comunidades de migrantes que, a veces, en detalles pequeños –y no tanto– resisten la integración. La escena se repite, habitualmente, cuando una familia recién llegada de Bolivia y apegada a lo tradicional se acerca a la escuela para anotar a su hijo: “La mamá llega con su esposo, pero sólo él es el portador de la palabra. Ella no puede hablar”.
De esos mundos llegan los chicos a estas aulas, que aquí todos nombran solamente como “salones”.
Hace unas semanas, la docente Carrizo estaba en su salón. Comenzaba otra clase, luego de un trimestre hablando de derechos, obligaciones, leyes, igualdad y desigualdad ante el Estado. Los chicos le preguntaron qué tal había estado su semana. Ella contó: venía de dar clase en otra escuela, una técnica de la zona, a la que concurren solamente varones, y los alumnos estaban muy movilizados por lo que generaba Ni Una Menos. Fueron las palabras clave.
–Dijeron “sí, vimos ese tema, sabemos qué pasó”. Un chico contó que en su casa había violencia entre su madre y su padre, dijo que era normal, y se rió. Otro le preguntó si le parecía gracioso, él respondió que no. El compañero le dijo “a vos, como hijo, ¿no te duele?”. El chico que había contado dijo que sí. Y el clima cambió. Los demás de inmediato quedaron en silencio, escuchando. Una de las chicas también habló. Los vi tan movilizados que les dije “¿quieren pasar a la acción?”, y enseguida dijeron que sí. Les gusta trabajar la información para hacer algo visual, entonces muchos dijeron rápido de hacer carteles. Y otros siguieron con otras cosas: “¿por qué no hacemos una marcha?”, “¡una clase con otros cursos!”, “¿por qué no vamos directamente a repartir folletos a la estación de tren?”.
Terremotos en guardapolvo
“Fue un torbellino”, advierte la docente. “Pero también se empezaron a escuchar entre ellos cuando contaban. Una guía el debate, pero son ellos los que van proponiendo y haciendo y diciendo qué quieren, qué les interesa.” En una clase, porque el grupo iba llevando la conversación hacia la pequeña y gran pregunta sobre qué pasa alrededor, Carrillo sugirió que podrían trabajar en encuestas. A la semana siguiente, todos llegaron con encuestas ya hechas: hablaron con sus amigos, con sus familias, con vecinos. “Uno contó que la madre no sabía qué era la violencia de género. Entonces investigó más para contarle.” Hicieron láminas, las distribuyeron por las paredes de la escuela.A unos pasos de la puerta está el patio, donde algunas nenas comen un sandwich; el otro lado de las ventanas, algo velada por vidrios opacos, la calle. Aquí, las chicas y los chicos de 1º 2ª demuestran que si algo no les falta es timidez. El proyecto del curso se llama “No más silencio”, porque lo que quieren es demostrar la fuerza de la palabra individual y colectiva: en un rato alguno dirá que hablar mata miedos.
Casandra, la rubiecita atentísima a la clase, lee una entrevista que hizo a “una amiga de Facebook”.
–“¿Sufriste violencia de género?”, “sí, en casa. Mi papá me pegaba y yo lloraba. Con el cinto me pegaba”. “¿Cómo te sentiste aplicando violencia de género o como víctima?” “Me sentí muy mal, porque en mi cuerpo quedaron marcas, y las veo y me pone triste.”
–¿Qué les generó la entrevista? –pregunta la docente.
–Dolor –responde Casandra.
–¿Es fácil romper el silencio? –pregunta Carrillo.
–¡No! –responden todos, por una vez, increíble, al unísono.
–Profe, mi mamá caga a palos a mi papá, porque él nos pega.
–¿Y cómo te sentís con eso? –inquiere la docente.
–Bien. A él le duele lo mismo que nos pega a nosotros –dice el chico alto, altísimo e inhibido, que no volverá a hablar en toda la clase.
–Golpeando no arreglás nada –acota una nena sentada en uno de los primeros bancos.
Otros chicos cuentan que, en estos días, los adultos a quienes reprocharon violencia machista respondieron malamente: “Mirá que me vas a enseñar vos a mí”, “tengo 40 años vividos, vos 12, qué me venís a decir”. La docente hace una pregunta clave: “¿Ven violencia de género en el barrio?” El sí es atronador.
–En todos lados. A una amiga de mi hermana la viola el padrastro; me lo contó mi hermana llorando. Ella está muy mal. La mamá falleció, ella quedó con el padrastro porque el papá no quiere hacerse cargo de ella.
Silencio en el salón. Carrillo pregunta si esa chica tiene muchas alternativas.
–No –responden casi todos.
–¿Ustedes pueden ayudar? ¿Acompañar y ayudar?
–Sí.
svallejos@pagina12.com.ar
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